VIVIAN TRÍAS: a 98 años de su nacimiento

Las Piedras, 30 de mayo de 1922

 

No lograron silenciarlo

Carlos Machado*
 

Acosado por la dictadura que quiso silenciarlo cercándolo en Las Piedras (divulgaban entonces que se le impediría salir al exterior con orden de captura en puertos y aeropuertos, lo encerraban en su biblioteca), redobló su trabajo. Como había sucedido casi diez años antes. En la “predictadura” pachequista, heredera de un poder viciado por la violación cotidiana de todas las normas legales, lo habían encerrado durante varios meses en el calabozo de una guarnición. Allí escribió su “Juan Manuel de Rosas”. Dedicado a su madre (“que nació en Rosario de Santa Fe y amó entrañablemente a su patria, formó su hogar en tierra oriental y aquí murió blanca y cristiana”), ese libro encerraba la clave de muchos desvelos: “La historia del Uruguay es indesligable de la historia de la cuenca del Plata y, sobre todo, lo es en el período que empieza con la Revolución de Mayo y termina con la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay de los López. Porque en esa larga dramática etapa el objetivo de la Patria Grande sigue en juego; se lucha por ella y contra ella; se muere y se mata por ella y contra ella. Es hora ya de que los latinoamericanos nos desprendamos de la balcanización que el imperialismo nos impuso y pensemos a nuestro continente como una unidad desde todos los ángulos. Uno de ellos, justamente, el de la historia”.
(…)
Estudiante avanzado en el campo de la medicina, cursa un profesorado de filosofía y proyecta después su vocación docente al campo de la historia. La lección magistral de cada curso dejó en los estudiantes huellas reconocidas y se supo expresar en lazos afectivos duraderos. Prolongó la docencia a todos los terrenos: el corrillo en los patios y los corredores entre círculos ávidos, siempre, de sus opiniones; la charla, generosa, entre sus libros (la casa siempre abierta al que llegara), el examen convertido en diálogo didáctico, de tono coloquial y contenido sabio con saldo fermental.
Pero además, la calle. Y el Partido.
Adolescente apenas, se afilió al Partido Socialista del Uruguay (1938: tenía dieciséis años). En el cincuenta y uno está en su dirección y lidera en su seno a los grupos que quieren renovarlo para fundamentar y proyectar un socialismo nacional cuyos perfiles iba diseñando en seminarios, diarios y revistas.
En el 56 está en el Parlamento ocupando una banca hasta el 62. Son los años fecundos en que su pensamiento se traduce en los primeros libros y en que su partido –ya distanciado y pronto divorciado en todo parentesco con el juanbejustismo argentino– asume renovada identidad.
“El imperialismo en el Río de la Plata” (1960), “Las montoneras y el imperio británico” y “El plan Kennedy y la revolución latinoamericana” (1961) y “Reforma agraria en el Uruguay” (1962), traducen, de algún modo, la batalla que libra en otros planos. Anudada en lúcida propuesta formulada en el 56 (a una década y media, subrayemos, de la formación política del Frente Amplio): “necesitan (las masas) una nueva corriente política donde puedan florecer, sin limitaciones, una auténtica rebeldía y un verdadero progresismo…
“Ha llegado el momento de romper con la dicotomía que trababa una eventual mentalidad revolucionaria en el pueblo oriental. Esa es también función del partido Socialista. Recoger los hilos de la rebeldía y del progresismo y tejerlos en un nuevo movimiento popular inspirado por ambos y que a su vez supere a ambos”. Con un interrogante: “¿No debemos tratar de ofrecer a las masas populares un camino no tradicional más amplio que el que puede ofrecer nuestro Partido por sí solo?”. Y una convicción. “No se puede construir directamente el socialismo sobre la realidad del subdesarrollo y del estatuto colonial. En las naciones dependientes, atrasadas y marginales, como el Uruguay, es imprescindible cumplir una etapa previa insoslayable, que prepare y cree las condiciones requeridas para la construcción socialista. Esa etapa la designamos como etapa de la revolución nacional, porque su signo definitorio consiste en la liberación nacional del imperialismo. Los objetivos económicos y sociales de la revolución nacional no son de índole capitalista ni de índole socialista (…); son de índole específica y propia. El instrumento capaz de llevar adelante esa primera fase, no puede ser el partido político clasista. Sino el movimiento amplio que abarque a todas las clases sociales explotadas por la oligarquía y el imperialismo”.
A gestarlo y nutrirlo dedicó sus desvelos.
Rescató la mejor tradición artiguista, hilvanó rebeldías de la historia olvidada, desnudó la presencia del imperialismo en la larga rapiña económica que padecemos, descubrió la espesa telaraña de complicidades, nominó a las quinientas familias que son dueñas de todo, anudó relaciones adentro y afuera para sumar las fuerzas para la batalla. Arturo Jauretche y José María Rosa se contaron entre sus amigos. Celebró sus cartas; alimento y aliento.
Se multiplicaron los frutos. “La crisis del dólar y la política norteamericana” es del 65. “Por un socialismo nacional” es del 66. “Imperialismo y geopolítica en América Latina” aparece en el 67, repitiendo v arias ediciones. “Juan Manuel de Rosas”, mencionado arriba, es del 69. “La crisis del Imperio” es de 1970. “Nasserismo y caudillismo” es del 71. Buenos Aires empieza a recoger varias reediciones, de algunos de esos libros. Cátedra, tribunas, seminarios, revistas y centros partidarios divulgan una prédica que no tuvo desmayos. El Frente Amplio se concreta en el 71 y Trías, en lista socialista, retorna al Parlamento.
Es el año en que se publica, “Perú: Fuerzas Armadas y Revolución” sobre el experimento de Velasco. Y hay tiempo para publicar “Imperialismo y rosca bancaria en el Uruguay”, acta de acusación irrefutable…
En el 72, brillando en la labor parlamentaria, publica “El Uruguay y sus claves geopolíticas”, citado en el comienzo, y edita “Uruguay hoy: crisis económica y crisis política”.
El golpe no consigue silenciarlo.
En el 75, un cuaderno de “Crisis” (“Paraguay: de Francia, el Supremo, a la guerra de la Triple Alianza”) indaga en el pasado para encontrar causales de la pesadilla presente. Con aire enrarecido, también en Buenos Aires, aparece la “Historia del imperialismo norteamericano”, que editó Peña Lillo, otro amigo. El año terrible empezaba cuando apareció otro cuaderno de “Crisis” (“El imperio británico”).
En 1980, Laia de Barcelona repitió la versión de la “Historia del Imperialismo”. Se cerraba una lista integrada, además, por ensayos dispersos y cientos de trabajos en publicaciones periódicas o colectivas. Revistas colombianas y venezolanas contaron con su aporte permanente.
Dirigió, mientras pudo, la prensa partidaria. “Izquierda” por ejemplo, durante el pachecato, fue fruto de su aporte y de sus concepciones. Como “Patria”, en los meses muy duros del 74; o “La Plaza”, después.
Murió en 1980. En la misma semana de aquel plebiscito en que los uruguayos le dijeron que no a la consulta en que les proponían legitimar a la ilegalidad.
Vivió rebosante. Con insobornable lucidez. Con pasión generosa y con fervor porfiado. Con devoción por toda causa justa, sin conocer fatigas.
Así quemó su vida y dejó su legado.

Buenos Aires, octubre de 1987

 

*Carlos Machado (1937-2019). Profesor de Historia, docente en Argentina y Uruguay, periodista y ensayista